Subsistencia en las urbes. Eso es lo que le preocupaba a Rousseau. Así muere la gente en la ciudad, atropellada por todo terrenos (sí, un 4x4 de mil pares de narices circulando por calles asfaltadas hace como mucho tres años). Todos ellos son enterrados sin ojos. ¡Malditas palomas, roedores con alas! ¿Hasta al infierno tenemos que ir ciegos? Quizás esa sea la mejor solución, dicen algunos. Si no pienso en ello lo haré desaparecer. Realidad es aquello que aún ignorándolo sigue existiendo. O algo así dijo un tal Dave Phillips. Lo recuerdo muy bien. Agonizaba ante la visión de pollos aplastados por otros pollos, picos cortados, perros apaleados, lobos sangrando por la nariz. Derechos animales y humanos, en realidad es lo mismo, ya que si no tuviéramos cuerdas vocales viviríamos todos en pocilgas, comiendo pienso fabricado de heces humanas. Y es que todos vivimos solos. O quizás son las drogas que nos alienan de la humanidad. ¿Y por qué no? Esnifad MDMA y olvidad lo cruel que es la vida. Pasaros dos días enteros sin dormir, y petad vuestro cerebro, lesionadlo hasta que olvidéis vuestro propio nombre. Ni los vagabundos del Dharma llegaron a vagabundear tanto como nosotros, infestados de pesticidas y edulcorantes. Y es que ya lo decía Rousseau, las ciudades son las mayores creadoras de pobreza del mundo.
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