domingo, 29 de agosto de 2010

Pi Erre Al Cuadrado


Dios está demasiado lejos de mí en estos momentos, por eso te llamo a ti. Tras vagar tres años por el desierto por fin me he dado cuenta de lo que me decías era cierto. Las ranas son verdes. Lo más curioso es que en mis travesías no me crucé con ninguna rana verde. Vi sapos con cuernos color arena. Pero no era necesario ver ninguna rana verde para conocer que me decías la verdad. Sabes que la rana es lo de menos. Lo sabes perfectamente bien, ya que en ningún momento desde que nos conocimos hablamos de reptiles, y menos de ranas. Su piel viscosa recubierta con aquella moquilla post tormenta no para de aparecer en mis sueños, y tu detrás de ella me sigues repitiendo lo mismo. Pero, ¿sabes qué? Me da igual. Eso le dije a Dios cuando rezaba con los pies descalzos en la arena hirviendo a mediodía. El sol abrasaba sobre mi nuca, pese al turbante. Rezaba continuamente y sin parar, incluso cuando no lo hacía con el cuerpo. El orar no implica siempre que te posiciones sumisamente ante Nuestro Señor. Y tú te estarás preguntando, ¿pero qué dice? Si es atea… Ser atea no tiene nada que ver con no rezar, todo el mundo lo sabe. La fe no tiene por qué ir ligada con una religión. Todo el mundo tiene fe, en lo que sea pero la tiene. Y si no están muertos. Recuerda que un día hablamos sobre esto. Tú argumentabas que por el simple hecho de tener impulsos eléctricos, ya uno estaba vivo. Yo te expliqué que estar vivo es independiente de los impulsos eléctricos cerebrales, y que tiene más que ve con las ganas de vivir, la fe y la esperanza. Al final te convencí, pero nunca te creí con respecto al color de las ranas.

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